Mix Flamenquito

miércoles, 30 de septiembre de 2020

* Noche 32. DIEZ NOCHES PARA LOS ÉMBOLOS QUE NOS DAN LA VIDA. (Liras de la 311 a la 320)

 * Noche 32. DIEZ NOCHES PARA LOS ÉMBOLOS QUE NOS DAN LA VIDA. 
(Liras de la 311 a la 320)

El agua de amor cala
en la superficie ya sumergida
del dolor que resbala
con presión desmedida
en los émbolos que nos dan la vida.

Dulce carne membrillo
    que apacigua sequedad y aspereza
y que así torna en brillo
lo gris de la tristeza
o hace florecer flor de la maleza.

Tus labios posiciones
con la sonrisa que jamás me asombre;
que desde el mar me añores
porque soy un buen hombre
aunque no quiero recordar tu nombre.

Enmudece el idioma
en los párpados cerrados de las tardes.
Cada pupila asoma
en cada cristal, si ardes,
con sol cegado esperando a que fardes.

Ya olvidados, por tiempo,
-perdidos en un cruce de miradas-,
al ritmo de ojos sin tempo,
sequías desbordadas
en las lágrimas sedientas y enjugadas.

Parecemos bengalas
que quedan suspendidas en el aire
y agitamos las alas
despojadas del naire
en un efímero mar que nos paire.

La palabra, que es diva,
- apresada en tus labios temblorosos -, 
es la percusión viva
que nos hace gloriosos
en los altibajos libidinosos.

En un momento fugaz
el miedo al desamor nos estremece
y queda el frío caudal
de una herida que escuece
del recuerdo imborrable que perece.

Prendido al cuello 
llevo el gigante adorno del silencio
del vino que embotello
con fragancia de cencio
donde te escancio igual que te venencio.

Con la belleza intrínseca
de todas estas noches delirantes
regresas a mi meca
de almas extravagantes,
escoges mi alma y declinas diamantes.


 *** 
* Noche 32. DIEZ NOCHES PARA LOS ÉMBOLOS QUE NOS DAN LA VIDA. 
(Liras de la 311 a la 320)

El agua de amor cala en la superficie ya sumergida del dolor que resbala con presión desmedida en los émbolos que nos dan la vida.
Dulce carne membrillo que apacigua sequedad y aspereza y que así torna en brillo lo gris de la tristeza o hace florecer flor de la maleza.
Tus labios posiciones con la sonrisa que jamás me asombre; que desde el mar me añores porque soy un buen hombre aunque no quiero recordar tu nombre.
Enmudece el idioma en los párpados cerrados de las tardes. Cada pupila asoma en cada cristal, si ardes, con sol cegado esperando a que fardes.
Ya olvidados, por tiempo, -perdidos en un cruce de miradas-, al ritmo de ojos sin tempo, sequías desbordadas en las lágrimas sedientas y enjugadas.
Parecemos bengalas que quedan suspendidas en el aire y agitamos las alas despojadas del naire en un efímero mar que nos paire.
La palabra, que es diva, - apresada en tus labios temblorosos -, es la percusión viva que nos hace gloriosos en los altibajos libidinosos.
En un momento fugaz el miedo al desamor nos estremece y queda el frío caudal de una herida que escuece del recuerdo imborrable que perece.
Prendido al cuello llevo el gigante adorno del silencio del vino que embotello con fragancia de cencio donde te escancio igual que te venencio.
Con la belleza intrínseca de todas estas noches delirantes regresas a mi meca de almas extravagantes, escoges mi alma y declinas diamantes.

José Mateo Angulo García.

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